
Igual parece a los eternos dioses
quien logra verse frente a ti sentado:
¡feliz si goza tu palabra suave,
suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime
solo en mirarte: ni la voz acierta
de mi garganta a prorrumpir, y, rota,
calla la lengua.
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
presto discurre: los inciertos ojos
vagan sin rumbo; los oídos hacen
ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado:
pálida quedo cual marchita yerba,
y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,
muerta parezco.